Hoy, desde la perspectiva del tiempo y sucedido el hecho definitorio que emplea Aguirre; lo de Castro, fue una torpeza dialéctica a la hora de explicar por qué determinados colectivos votaban a la derecha madrileña.
La entonación del “hijoputa” de Esperanza, no tenía nada de irónico. Era pasional, y además prosigue con la maldad expositiva de encontrar algo para “acabar con él”. Joder, esto sí que tiene peligro político. La acción que motiva que media FEMP, pidiera la dimisión de Castro, ahora, la podemos considerar una rabieta de la derecha española.
Dice Alberto Sotillos, en su blog, que el PP madrileño está roto. Y sí lo está. Lo que sucede es que muy pronto se volverán a besar entre ellos, antepondrán los intereses económicos, a su rivalidad política y personal y nos ofrecerán la imagen reconciliadora.
Lo que ocurre esta vez, es que la lucha cainita ha quedado abierta en canal. No basta con que se nos diga que Aguirre, emplea el mismo vocabulario de la calle. Me niego rotundamente a aceptar que la presidenta de la Comunidad de Madrid, hable de la manera que lo hace y actúe maquiavélicamente contra nadie.
Esto, para con un compañero de partido que piensa diferente, y ya lo define de esa manera; que no será cuando prepare la estrategia política para enfrentarse al adversario ideológico que puede poner en peligro las prebendas de las que disfruta. Terrorífico.
Por mucho cacareo mediático afín, la sociedad no podemos olvidar este episodio. El mundo necesita de personas nobles que ejerzan con firmeza y lealtad su trabajo al servicio de la sociedad; no semejantes perversos que aniquilen a todo aquel que no comulgue con sus ideas.
Doña Esperanza Aguirre, ¡tiene que dimitir!