No es fácil escribir sobre actos terroristas y sus consecuencias. Máxime cuando son los familiares directos quiénes se tienen que enfrentar en las salas de los juzgados con los asesinos de sus seres queridos.
Es el caso de los juicios que se están celebrando en la Audiencia Nacional contra el etarra Francisco Javier Gaztelu, Txapote. El historial asesino de esta “persona” es de lo más despreciable. Al igual que el comportamiento que está teniendo ante el tribunal que lo juzga. Este sujeto es producto de una época caduca y siniestra de la historia de España. Inoculado su cerebro de odio contra sus semejantes de pensamiento diferente, actuaba si compasión ni respeto frente a lo más valioso del ser humano, ¡su vida!
Ahora tiene que pagar por ello. Esto sin el análisis del contexto que hoy se vive, no tendría mucho que apreciar: “Has matado, tienes que asumir la responsabilidad de tus actos”.
Lo que ocurre es que pone al descubierto lo difícil del proceso que se está iniciando para conseguir la paz en Euskadi. Comportamientos como el que estamos viendo y escuchando de las personas afectadas en los procesos, no ayudan en absoluto a encontrar el camino más racional. La opinión pública no puede entender esta conducta.
Ha llegado el momento responsable de todas las personas que componen el mundo abertzale. Los ideólogos que en día se encargaron de infundir en el cerebro de Txapote, que la consecución de los objetivos ideológicos se lograba con la violencia, están obligados ahora, a transmitirle que ha llegado el final. Por lo tanto, tienen la responsabilidad de comunicar a él y a sus defensores que la actitud mantenida no facilita el proceso abierto.
La inteligencia de los protagonistas en esta causa tiene que distinguirse sobre cualquier acción que pueda perturbar el logro de la paz. No se puede alterar los ánimos de un sector de la población que por sentimientos o por otros tipos de intereses abogan por un final diferente al emprendido.
El Gobierno necesita de éste saber hacer. El final de la violencia ha llegado en toda la amplitud del contexto. Es el momento de la política con mayúsculas.
Es el caso de los juicios que se están celebrando en la Audiencia Nacional contra el etarra Francisco Javier Gaztelu, Txapote. El historial asesino de esta “persona” es de lo más despreciable. Al igual que el comportamiento que está teniendo ante el tribunal que lo juzga. Este sujeto es producto de una época caduca y siniestra de la historia de España. Inoculado su cerebro de odio contra sus semejantes de pensamiento diferente, actuaba si compasión ni respeto frente a lo más valioso del ser humano, ¡su vida!
Ahora tiene que pagar por ello. Esto sin el análisis del contexto que hoy se vive, no tendría mucho que apreciar: “Has matado, tienes que asumir la responsabilidad de tus actos”.
Lo que ocurre es que pone al descubierto lo difícil del proceso que se está iniciando para conseguir la paz en Euskadi. Comportamientos como el que estamos viendo y escuchando de las personas afectadas en los procesos, no ayudan en absoluto a encontrar el camino más racional. La opinión pública no puede entender esta conducta.
Ha llegado el momento responsable de todas las personas que componen el mundo abertzale. Los ideólogos que en día se encargaron de infundir en el cerebro de Txapote, que la consecución de los objetivos ideológicos se lograba con la violencia, están obligados ahora, a transmitirle que ha llegado el final. Por lo tanto, tienen la responsabilidad de comunicar a él y a sus defensores que la actitud mantenida no facilita el proceso abierto.
La inteligencia de los protagonistas en esta causa tiene que distinguirse sobre cualquier acción que pueda perturbar el logro de la paz. No se puede alterar los ánimos de un sector de la población que por sentimientos o por otros tipos de intereses abogan por un final diferente al emprendido.
El Gobierno necesita de éste saber hacer. El final de la violencia ha llegado en toda la amplitud del contexto. Es el momento de la política con mayúsculas.
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