13/08/2006

A corazón abierto

La coincidencia en el nacimiento y vivencias de la historia en la provincia de Jaén, a través del retrato intimista que el escritor Antonio Muñoz Molina, publica en El País, de lo que será su próximo libro; me incita a resaltar algunas escenas que me han tocado en lo más íntimo.

Muñoz Molina, nace en Úbeda; yo, en Martos. La reflexión relatada tomando una foto de sus abuelos maternos y la maestría literaria con que expone las vivencias de una pareja clásica de la época, jornaleros en los grandes latifundios andaluces, me hace retrotraerme en las vivencias de mi familia. Igualmente, mis abuelos maternos sin dedicarse a la agricultura, también eran dependientes de una acaudalada familia que procedentes de Málaga, fijan su residencia en Martos.

En aquellos tiempos saber conducir un automóvil, era tener reconocida la profesión de “chófer”. A ello, se dedicaba Rafael Ruiz, casado con Conuelo Elena, padres de cinco hijos; él, era el conductor oficial de la familia malagueña.

Casos como los relatados, van a desnudar el modelo de sociedad española de los años 1930. Dice Antonio, que su abuela Leonor, durante algún tiempo también trabajaba en el cortijo, lavando la ropa de los señores y ayudando en la cocina. Recordaba cómo cada mañana las ventanas de los dormitorios de los señores se abren de par en par y desde ellas caen al corral trasero las ropas de las camas y ropa interior apenas usada. Las lavanderas las recogían y las habían de lavar a mano. Cuando un pollo del corral se pone enfermo, la señora de la casa, accede a que el pollo se lo coma el personal del servicio. Su abuela, hábil ella, de vez en cuando le pide audiencia a la señora y le comunica que otro pollo se ha puesto malo, la señora se lamenta de la desgracia y le indica que mejor se lo coman ustedes y así no se desperdicia. De ese modo los braceros y sus hijos podían hacerse un caldo sabroso o un gran arroz con pollo, dejando las gachas, el tocino y los guisos de migas.

Mi abuelo, que de joven conoció a Pablo Picaso, durante la guerra civil estuvo en el frente de Valencia y fue de los que cada vez que venía a visitar a su familia, además de traerles víveres, le expresaba su disconformidad con algunas de las acciones que se estaban llevando a cabo. Al terminar la contienda su militancia en el bando perdedor le llevo a tener que vivir la siguiente escena: fiel al Gobierno democráticamente instaurado lo que hizo fue defender la legalidad vigente y sus jefes así lo reconocieron. Pero ellos, lógicamente pertenecían al bando ganador y no podían admitir que uno del bando contrario siguiera trabajando con ellos. Como se lo trajeron de su Málaga natal, ahora no había justificación para dejarlo abandonado y le premiaron con la cesión del coche que conducía y un mínimo alquiler en la vivienda que igualmente usaba. Durante un tiempo ejerció de taxista y con 45 años se murió. A mi abuelo paterno lo trajeron a trabajar al valle de los caídos y nunca volvió.

Vistas estas historias y otras muchas, de la realidad que se vivió en la España del siglo XX, se comprende todo lo acontecido: la defensa de los privilegios de una parte de la sociedad y la esperanza y la lucha de la otra parte que vivía a su servicio.

La Memoria Histórica está para reparar en la medida de lo posible las atrocidades cometidas y nunca volverlas a repetir.

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