Era el año 1931, cuando en España se proclama la II República. Por lo tanto este año celebramos el 75 aniversario. También el día 14 de abril, se publica en la red de redes, el diario digital “larepublica.es”. Resultado de ello, he tenido la necesidad de acudir a las hemerotecas para documentarme sobre los acontecimientos que acaecieron en la mencionada época de la historia de España.
De la humilde biblioteca particular, he tomado el libro escrito por Fernando García de Cortázar y José Manuel González Vesga “Breve Historia de España” editado por “Alianza Editorial”. Declaro que me ha sorprendido la coincidencia del relato ofrecido en uno de los capítulos dedicado a la Constitución aprobada a finales de 1931.
Dice así: España se convertía en un Estado republicano, democrático, laico, descentralizado, con cámara única, sufragio universal y Tribunal de Garantías al cuidado de la pureza constitucional.
Abierto el cauce para resolver los problemas regionales, los catalanes se abalanzan a la carrera del reconocimiento de su originalidad histórica, redactando un proyecto de Estatuto, que es abrumadoramente plebiscitado en Cataluña y presentado al Gobierno. Las cosas no fueron tan fáciles en el Congreso de los diputados, pues las acometidas de la derecha y el centro agigantan la onda emotiva que recorre España y ponen en pie a miles de cruzados contra ese “desgarrón” de la patria. En defensa de la autonomía catalana, Azaña pronunció uno de sus más brillantes discursos y arriesgó la vida de su Gobierno y su prestigio personal con la aprobación del Estatuto. El intelectual madrileño tocaba el cielo de su carrera política en septiembre de 1932; era el jefe de un Gobierno que levantaba escuelas, sujetaba a los militares y ligaba Cataluña, con su flamante “Generalitat”, a la República democrática.
En el País Vasco el panorama político ofrecía rasgos bien distintos: unanimidad y fervor autonomista sólo podrían encontrarse en las filas del nacionalismo vasco heredero de Sabino Arana. Para los socialistas y republicanos, la demanda estatutaria era un asunto menor, siempre supeditado a la consolidación de la República. La derecha vasca no quería ni oír hablar de ella, aunque la utilizó en algún momento con ánimo de sabotear el nuevo régimen. Así pues, el Estatuto nacía con un pecado de origen: “no respondía más que a los propósitos autonomistas de un sector del País Vasco”.
Nota del autor: cualquier coincidencia con personas, o situaciones similares de la actualidad es pura coincidencia. Real como la vida misma. Han pasado 75 años.
De la humilde biblioteca particular, he tomado el libro escrito por Fernando García de Cortázar y José Manuel González Vesga “Breve Historia de España” editado por “Alianza Editorial”. Declaro que me ha sorprendido la coincidencia del relato ofrecido en uno de los capítulos dedicado a la Constitución aprobada a finales de 1931.
Dice así: España se convertía en un Estado republicano, democrático, laico, descentralizado, con cámara única, sufragio universal y Tribunal de Garantías al cuidado de la pureza constitucional.
Abierto el cauce para resolver los problemas regionales, los catalanes se abalanzan a la carrera del reconocimiento de su originalidad histórica, redactando un proyecto de Estatuto, que es abrumadoramente plebiscitado en Cataluña y presentado al Gobierno. Las cosas no fueron tan fáciles en el Congreso de los diputados, pues las acometidas de la derecha y el centro agigantan la onda emotiva que recorre España y ponen en pie a miles de cruzados contra ese “desgarrón” de la patria. En defensa de la autonomía catalana, Azaña pronunció uno de sus más brillantes discursos y arriesgó la vida de su Gobierno y su prestigio personal con la aprobación del Estatuto. El intelectual madrileño tocaba el cielo de su carrera política en septiembre de 1932; era el jefe de un Gobierno que levantaba escuelas, sujetaba a los militares y ligaba Cataluña, con su flamante “Generalitat”, a la República democrática.
En el País Vasco el panorama político ofrecía rasgos bien distintos: unanimidad y fervor autonomista sólo podrían encontrarse en las filas del nacionalismo vasco heredero de Sabino Arana. Para los socialistas y republicanos, la demanda estatutaria era un asunto menor, siempre supeditado a la consolidación de la República. La derecha vasca no quería ni oír hablar de ella, aunque la utilizó en algún momento con ánimo de sabotear el nuevo régimen. Así pues, el Estatuto nacía con un pecado de origen: “no respondía más que a los propósitos autonomistas de un sector del País Vasco”.
Nota del autor: cualquier coincidencia con personas, o situaciones similares de la actualidad es pura coincidencia. Real como la vida misma. Han pasado 75 años.
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