Antes de que empiece la terna política de la nueva legislatura, quiero reflexionar sobre las declaraciones del arzobispo emérito de Pamplona, Fernando Sebastián Aguilar. Para llegar al predicamento de arremeter contra los cuidados paliativos para los enfermos terminales, no ha dudado en remontarse 2007 años, y afirmar que Jesucristo murió crucificado en la cruz y sin ayuda que le aliviase el dolor. Es decir, simplificando mucho el mensaje, debemos entender que toda persona que profese la religión católica, debe seguir el ejemplo de Jesús y ante la desgracia de un accidente o enfermedad mortal, debería pedir que no se le ayude a aliviar el dolor y el sufrimiento. Desconozco el sentir de quiénes le estaban escuchando, pero es evidente que un predicamento de este contenido en nada se acerca a la realidad que hoy vivimos.
Decía que han sido miles las personas que en las distintas poblaciones han estado acompañando a las cofradías. Alguien allegada me decía: “que diferencia de asistentes a estos actos y que solas están las iglesias el resto del año”. Esta, es la gran paradoja de la Iglesia católica. Los montajes festivos que sirven de distracción son masivos y cuando tienes que escuchar mensajes apocalípticos como el del mitrado de Pamplona, la realidad se aleja de lo percibido.
Pero, dado que fue mucho el énfasis que puso en el discurso y amplio en los conceptos relacionados con la muerte digna. Y debido al cargo que representa dentro de la jerarquía eclesiástica, además de la afirmación concreta y demostrando que está convencido de lo que le pide a los fieles, él, debería tener firmado un testamento notarial donde dijese que ante una situación final nunca debe ser tratado médicamente para que las últimas horas de su vida, sean vividas con arreglo al destino supremo.
Esto último, sería el mejor aval que haría a los oyentes practicantes creer en las comparaciones argumentadas. Sino es así, la credibilidad no puede ser mucha.