La información que nos ofrece la Cadena SER sobre la decadencia
de la asignatura de Religión en la escuela pública y en menor medida en la
escuela privada, hace que igual que le sucedería a cualquier empresa, la
Conferencia Episcopal Española, el balance que presenta es una `mala cuenta de
resultados´.
Analizados los datos del informe se llega a la conclusión
de que en las Comunidades autónomas donde la tradición procesional y fiestas
relacionadas con la liturgia de las mismas, es más abundante, se registra mayor
número de matriculaciones en la enseñanza obligatoria en los ciclos de
primaria. A pesar de ello, conforme los alumnos van creciendo en secundaria
empieza a bajar y la tendencia definitiva se confirma en bachillerato. Así durante
toda la década 2001 – 2012.
País Vasco, Cataluña y Baleares son los lugares donde
menos estudiantes eligen cursar la asignatura de Religión.
Hemos de recordar que este desapego se produce cuando hay
libertad de elección para elegir la asignatura de Religión u otra materia
académica alternativa. Es obvio que los jóvenes conformen van ajustando su
propio criterio y ante lo que los dirigentes católicos españoles dicen que debe
ser la práctica religiosa católica no se sienten atraídos hacía los principios de la doctrina.
Este fracaso aplicado a cualquier entidad, empresa u
organización, sería motivo de estudio muy severo para averiguar cuáles son las
causas que lo producen. Pero, en el caso de la Conferencia Episcopal, en lugar
de hacer ese análisis, lo que hace es exigir al Gobierno de turno la imposición
de la asignatura. En estos momentos, gobernando el Partido Popular, la Iglesia
Católica ha conseguido de manera muy sibilina a partir de la ley Wert, que
compute para la nota media el resultado de la asignatura de Religión para la
obtención becas. Es cierto que siempre queda la alternativa de `Valores
Cívicos´.
Se puede concluir que la fe y las creencias religiosas no
se imponen, las decisiones que se toman en ese tipo de posicionamiento en la
vida son por convencimiento. Y, eso es precisamente lo que le falta a los
dirigentes eclesiásticos españoles convencer con sus postulados y acciones diarias acercándose a la realidad social del siglo XXI.
Os dejo el enlace para vuestra propia consideración.
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