La sierra de Madrid durante el mes de julio vive una intensa actividad didáctica en los cursos de verano. Allí se citan las mejores cabezas del pensamiento y exponen sus ideas para deleite de sus oyentes. Por fin hoy, se ha clausurado el campus de FAES.
En el acto final, Aznar ha dicho que: los españoles saben que el PP y su presidente, Mariano Rajoy, tienen "principios firmes, convicciones, es leal a España y a los españoles" y "siempre ha sabido y querido estar del lado de la dignidad y la libertad".
Visto y oído lo que se ha desarrollado, interviniendo Rajoy sobre una disertación acerca de la educación y la enseñanza donde alude al respeto que se deben tener profesores y alumnos (Educación para la Ciudadanía) me ha parecido certero referenciar el siguiente artículo de prensa. Todo parece concatenarse.
La sandía
MANUEL VICENT – 15 de julio 2007
Cuando un grupo de amigos decide ir de excursión a pie, con las viandas a cuestas, a la famosa fuente de la teja, (zona de la sierra madrileña) antes de partir, siempre hay uno que formula la gran pregunta: ¿quien llevará la sandía? Unos y otros tratan de escurrir el bulto. Al final, el jefe mira al grandullón, el más ingenuo de la pandilla y antes de que abra la boca, sin esperar consenso alguno se ve con la sandía en los brazos, monte arriba.
Así comienza su columna en la contraportada de El País, Manuel Vicent.
El grandullón del grupo es la persona elegida para llevarla y las vicisitudes de la experiencia transportadora son descritas magistralmente. Hasta el punto, que mientras que los demás disfrutan de la caminata jugando al escarceo con las compañeras en su presencia, él tiene las manos ocupadas y no puede participar de la fiesta, cosa que le genera un cabreo sordo por dentro.
Esta es la metáfora que utiliza el maestro para explicar el sentimiento que padece Mariano Rajoy. El día en que Aznar tuvo que nombrar a su sucesor, señaló con el dedo a Rajoy y le dijo: tú llevarás la sandía. A continuación le dio una palmada en el espalda para animar a este grandullón y todo hacia suponer que la excursión sería placentera, pero se cruzó un mal fario y el camino se puso cuesta arriba. Desde entonces Rajoy lleva la sandía en brazos sin saber qué hacer con ella. La aprieta contra el pecho, la carga en el hombro derecho, la pasa al izquierdo, la vuelve a abrazar, siempre sudado, indeciso y cada día más cabreado.
La gente del común, incluso en la propia derecha, cruza apuestas sobre tres salidas: si Rajoy conseguirá llevar la sandía hasta la fuente de la teja; si en este camino tan abrupto le caerá al suelo y se le partirá en dos; o si, finalmente, cansado de cargar con ese peso muerto, un día lo soltará en plena cuesta y echará a correr hasta perderse monte abajo.
En el debate del Estado de la Nación se vio que Rajoy ya no podía con la sandía de Aznar. Y aunque en lo alto de la tribuna para consolarse exclamaba: oigan, esta es de las que no tienen pepitas y palmeaba para demostrar que estaba madura, el sonido a hueco retumbaba por todo el hemiciclo.
Real, como la vida misma.